Con el verano se produce una mayor exposición solar (playa, piscina, excursiones, etc.) que origina cambios en la piel.
La radiación solar desencadena dos tipos fundamentales de reacciones cutáneas en función de sus mecanismos defensivos: queratínicos y melanocíticos.
La acción solar sobre los queratinocitos de la epidermis hace que se multipliquen activamente, pudiendo aumentar su número y el consiguiente grosor de la capa córnea. La piel más gruesa, supone una defensa frente a la exposición solar, que refleja parte de la luz visible y de los infrarrojos, aunque no tanto de la radiación ultravioleta.
La acción de la radiación solar sobre los melanocitos de la epidermis desencadena la melanogénesis, mediante la cual se sintetiza y distribuye un pigmento oscuro que protege a las células y determina el color bronceado de la piel. Cada melanocito puede proteger del sol a unos 36 queratinocitos. Las palmas de las manos y las plantas de los pies carecen de melanina, por eso no se broncean; pero tampoco se queman, porque tienen una capa córnea muy gruesa.
Las consecuencias a medio plazo, cuando la piel ya no está expuesta al sol, son de cese de sus mecanismos defensivos, la hiperqueratinización y la hiperpigmentación melanocítica.
Después del verano, al terminar las vacaciones, la piel ya no necesita ser gruesa y por tanto se desprende el exceso, teniendo lugar el antiestético “pelado” de la piel. Por otra parte, atendiendo a la intensidad y duración de la exposición solar se produce cierto grado de deshidratación que se manifiesta por una piel reseca y cuarteada.
En cuanto al pigmento protector, la melanina, va desapareciendo progresivamente hasta regresar a su color natural según el fototipo. El verano ha terminado.
Si al principio del verano son necesarias las medidas de prevención de daño cutáneo mediante fotoprotectores, hidratantes y reparadores; después del verano son necesarios : el peeling mediante cosméticos queratolíticos, los productos de hidratación y regeneración cutánea mediante emulsiones de acuerdo con el tipo de piel y champúes para los daños capilares con productos grasos (karité, jojoba, etc.) y tonificantes (lecitina).
En algunas personas las radiaciones solares exacerban otros procesos previos como efélides o pecas y cuperosis, o bien desarrollan trastornos como manchas cutáneas, melasma y herpes labial. Para las efélides y los trastornos circulatorios es necesaria la alta protección, para las manchas melánicas productos decolorantes como el ácido kójico, el extracto de gayuba y de aquilea. Para el herpes labial protector labial pantalla total y cuando ya se ha desarrollado, antivíricos como el aciclovir.
Luís Carlos Jiménez Nieto
Doctor en Medicina
Psicólogo